Un día soleado, el suelo se abrió y un espeso humo gris se derramó, cubriendo el mundo al caer la noche y cambiando la tierra para siempre.
Sucedió tan rápido que Senna no tuvo la oportunidad de detenerse y reaccionar. Demasiado pronto se dieron cuenta de que el humo no venía solo. Los monstruos salieron de la grieta, chillando en el aire quieto antes de lanzarse tras cualquier persona o animal desafortunado que llamara su atención. Salieron arrastrándose diferentes especies, algunas más animales que otras. Las llamaban criaturas, pero el resto eran similares a los humanos pero con rasgos demoníacos, como cuernos, escamas, alas o colmillos. Más aterradoras y peligrosas que las criaturas porque iban detrás de las hembras de la tierra.
Uno pensaría que eso lo haría más seguro, pero no. Los demonios despreciaban a los hombres de la Tierra, torturándolos cuando los atrapaban. Pero a las mujeres las dejaban en paz, excepto cuando un demonio la quería, y en ese caso, ella rezaba para que estuviera lo suficientemente cuerdo como para no violarla y asesinarla. ¿Quién hubiera pensado que ser llevada lejos, sin ser vista nunca más, sería una opción mejor que la alternativa? Les dio la esperanza de que todo estaría bien. Una esperanza estúpida, tonta, con la que ella no lidiaba.
Eso era para la gente que creía que el mundo podía volver a ser bueno, pero ella no era tan ingenua. No podía serlo cuando tenía que cuidar de su sobrina, y por eso acabó donde lo hizo. Un demonio de ojos amarillos y alas negras la robó y dijo que era suya. Aquí estaba atrapada con un demonio que gruñía más que hablaba, y que no la perdía de vista.
Senna tenía que encontrar una forma de escapar para volver con su sobrina. Pero cuanto más tiempo pasaba con el demonio, menos monstruoso le parecía y eso la preocupaba. No podia estar enamorándose de un demonio, ¿verdad?